viernes, 3 de agosto de 2018

Desmembrada de mí

Este cuerpo vibrante
que tiembla empapado
se reconoce a sí mismo
porque él es sí mismo.

Sus ojos, extremidades, sudor, pelo, uñas, olor y sabor.
Él dice ser todo ello. Todas esas partes le pertenecen.
Capaz de mover y guiarse sin fallo, detención o duda.
Coordinación inmediata.
Se entiende así y provoca procesos, los siente y necesita de su tiempo.

Yo qué hago que no admito que soy un cuerpo, más allá de él
es imposible que sea yo, no existo. Él tampoco.
Ni una remota posibilidad de sernos independiente de sís. 
Sólo las palabras. La línea divisoria sólo existe en nuestras palabras.
Dos palabras para lo mismo, 
han logrado conllevar
la separación más bruta que conozco. 
Dos palabras han marcado límites a nuestro desenvolviemiento.
A nuestra vida, nuestro día a día. Hacia el mundo o con nosotros, da lo mismo.

Pienso en el amanecer y el atardecer, hace unos días me enteré que en otras lenguas no existe diferencia, no son cosas separadas. Son lo mismo. El mismo suceso por la mañana que por la tarde y por ello, no hay hábito ni costumbre para pensar como distinto al pronunciar ninguna de las dos.

Dime por qué el lenguaje quiso separarme de mi cuerpo.
Por qué ellos quisieron alejarme de él.
Imposible alcanzar una tranquilidad si aquel desconocido no elegido no es asumido como yo misma.
Es imposible si en la perpetuidad de ti te sientes ajena, otro, otra, no eres tú.

Nadie sabe lo que puede un cuerpo, un cuerpo no puede nada, si no le das sentido si no hay unión, si no hay un ser en él que se ha reconocido. Me presento a la totalidad de mi yo, confuso, quiere ser uno y dejar de lado su propia distorsión.