de los alaridos y llantos
para refugiarme en mi ignorancia
en mi mente en blanco.
Empatizo conmigo misma,
maldigo acariciándome
las humedades del pecho.
Aprendí a no culparme, a tranquilizarme, a abrazarme a llorar, a contemplarme desde fuera, a valorar importancias y a desmenuzar mis sentimientos para abrir canales de claridad. Pararme en seco para preguntarme por qués y pararme un rato más para escucharme y soltar más por qués mientras apoyo mi mano en mi hombro y me miro a los ojos sin juzgarme. A desatar los nudos de la inseguridad y a respirar la angustia. Ya comí palos y aprendí de ellos, ahora me dejo llevar por un instinto auto-protector que poco a poco he ido conociendo y cuidando. Pero claro ¿falla? falla. Y me transporto a otro lugar donde siento espinas entre lo que siempre fueron mis sábanas y me cuelgo, y tiro de mis pies, con todo mi peso, hacia donde pueda toparme con algo de tierra a la que agarrarme.
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